Comer es una necesidad de las que están en la parte baja de la pirámide de Maslow: todos comemos, y así ha sido desde el principio de los tiempos. Lo que cambia es que ahora todos hablamos de lo que comemos y de lo que bebemos: la comida es cultura popular.
No hablamos sólo de la gastronomía de grandes chefs con estrellas Michelin, sino también de lo que comemos y dejamos de comer en nuestro día a día.
Hablamos de cómo ha subido el aceite de oliva, de ese nuevo restaurante que ha abierto en el barrio, debatimos hasta el agotamiento cuál es el mejor pincho de tortilla de nuestra ciudad y por qué la mejor cerveza es la de nuestra región.
Pero comemos también a través de la pantalla viendo cocinar al atractivo chef de The Bear, y nos pica la curiosidad probar el shawarma que comen los Avengers al final de su película o conocer la última que ha liado KFC en redes sociales.
Incluso The Economist explica el estado de la economía mundial con la ayuda de un Big Mac.
La comida explica cómo somos porque se consume con el paladar y con el estómago, sí, pero también con los ojos y con la cabeza.
Y por eso en Skip Ads queremos hablar de comida una vez al mes.
Vamos allá, y que aproveche.
Comer con los ojos
A punto de alcanzar el ecuador de los 2020s, decir que TikTok condiciona nuestra manera de comer es quedarse cortos. Lo sorprendente es el poder que tiene TikTok para generar percepciones, o cambiarlas.
El último ejemplo es el de los noodles instantáneos -para entendernos, productos como los Yatekomo popularizados por Dani Rovira, ideales para estudihambres por su elevado ratio de calorías por euro invertido- que han pasado de ser vistos como una comida preparada y aburrida a convertirse en tendencia bajo el hashtag #ramenhack.
La idea es utilizar los noodles instantáneos como base y añadirles condimentos básicos como el huevo, las algas o especias orientales.
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Recuerda mucho al caso de las tartas Betty Crocker que General Mills lanzó en Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial.
El producto eran un fracaso hasta que un equipo de psicólogos de la compañía descubrió que se debía a que las amas de casa norteamericanas se sentían culpables por no aportar su propio trabajo en la preparación del pastel.
La solución fue cambiar la receta para que sólo tuvieran que añadir un huevo, y de esa forma las mujeres norteamericanas se sintieron cocineras y buenas esposas, y las ventas de Betty Crocker por fin despegaron.
Las colaboraciones entre marcas de comida rápida y la industria del entretenimiento son cada vez más habituales. Este mes, con motivo de Halloween, Burger King ha presentado una colaboración con Amazon MGM Studios para lanzar un menú inspirado en la Familia Addams cuyo producto estrella es un “Wednesday Whopper” con pan morado.
Menos terrorífica es la idea de Wendy’s de hacer realidad el famoso Krabby Patty de Bob Esponja para celebrar el 25 cumpleaños del famoso personaje que vive en una piña en el fondo del mar. Eso también explica por qué, dentro de esta “Krabby Patty Kollab”, la marca también ha creado un batido de piña.
En España, McDonald’s acaba de lanzar una colección de figuritas de Friends en colaboración con Warner Bros. Puede que suene antiguo, pero a día de hoy, treinta años después de su estreno, Friends sigue siendo una de las series más vistas en Netflix.
La única duda que cabe es si no debería haber sido Starbucks la que reivindicara para sí el sofá naranja del Central Perk.
Más allá de las cadenas de comida rápida, las marcas de distribución también se apoyan en colaboraciones para generar novedad y diferenciar su producto no sólo de las otras marcas, sino también de la temida marca blanca que amenaza con ofrecer el mismo producto un poco más barato.
Oreo es una de las marcas que mejor ha sabido refrescarse de manera regular a través de una estrategia permanente de colaboraciones con otras marcas como Star Wars, Pokemon, Black Pink o Batman.
La penúltima collab de la galleta negra y blanca es con Coca-Cola, y si estás levantando una ceja con escepticismo mientras lees estas líneas es que algo han hecho bien.
A Coca-Cola en cambio le está costando más esfuerzo lo de seguir siendo una marca relevante para las nuevas generaciones, que prefieren alternativas como el agua de sabores o las bebidas energéticas.
Para intentar dar con la tecla, la compañía de Atlanta ha ido lanzando nuevas variantes en los últimos años, incluida una Coca-Cola Spiced con sabor a frambuesa y un gusto ligeramente picante. La nueva bebida fue presentada en febrero de este año como un nuevo sabor… pero sólo seis meses después ha sido retirada por falta de ventas.
Coca-Cola sigue jugándose sus innovaciones como quien pone todas sus fichas al mismo número (todo o nada) mientras que Oreo demuestra que repartir sus apuestas es una estrategia más eficaz.
Comer con la cabeza
En Estados Unidos, The New York Times acaba de publicar un reportaje que habla de cómo las raciones en los restaurantes están reduciendo su tamaño. El motivo no es que los ciudadanos norteamericanos hayan perdido el apetito, sino que ha perdido el poder adquisitivo.
Las raciones más pequeñas son una manera para los restaurantes de ofrecer propuestas a un precio más ajustado sin sacrificar la rentabilidad… con la ventaja añadida de que el comensal puede post racionalizarlo como un ahorro en calorías.
Un win-win de manual.
Aquí en España ya hemos visto muchos restaurantes ofreciendo medio menú del día por un 30% menos o KFC lanzando El Combito, que viene a ser un poco menos de comida por un poco menos de precio.
Y, hablando de comer menos, otro long read del NYT que pone sobre la mesa el debate sobre el consumo de carne y su sostenibilidad como modelo alimentario.
Parece claro que la Humanidad está comiendo carne -sobre todo carne roja- por encima de sus posibilidades, y se espera que la demanda mundial de carne crezca un +30% de aquí a 2050.
Además, el movimiento para comer menos carne por motivos tanto de sostenibilidad como de salud parece haber sufrido un parón, y en países como el Reino Unido, por ejemplo, apenas un 17% de consumidores afirma estar reduciendo su consumo de carne, 8 puntos menos que en 2019.
Sin embargo, la realidad es que a día de hoy las alternativas no están claras.
De hecho, es significativo que mientras el consumo de carne vegetal parece haber tocado techo -lastrada por su alto precio y con el problema añadido de ser productos ultraprocesados, por tanto percibidos como poco sanos por el consumidor- el consumo de alternativas vegetales a la leche sigue creciendo en nuestro país… a pesar de no ser leche sensu estricto y resultar significativamente más caras que la leche de vaca.
Una alternativa podría ser la carne cultivada, que es el desarrollo de carne en un laboratorio, sin intervención animal. Mientras en Estados Unidos el consumo de carne cultivada está autorizado desde 2023, en la Unión Europea su puesta a disposición del consumidor está restringida, aunque parece que el motivo no es la calidad del producto, sino su potencial impacto sobre el sector ganadero europeo.
¿Hambre de más?
McDonald’s abrió sus puertas con nueve opciones en su menú; hoy, en cambio, son más de sesenta después de alcanzar un pico de 145 en 2013. ¿Estamos siendo testigos de una simplificación en la arquitectura de la elección de McDonald’s?